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9 de enero de 2012

LA CONJURA DE LOS NECIOS

¿Es Ignatius J. Reilly uno de los mejores personajes de ficción que he conocido - a través de la lectura, obviamente - en mi vida? ¿Puede un bicho raro como Ignatius generar sentimientos a priorísticamente contradictorios como asco y ternura? Del mismo modo, ¿se puede comprender que durante buena parte del libro la sonrisa haya sido el gesto habitual que se ha dibujado en mi rostro y, sin embargo, una vez finalizado, me haya quedado un tanto desasosegado?
Estas y otras paradojas son las que han definido, en mi opinión, uno de los mejores libros que he degustado en los últimos años: ‘La Conjura de los Necios’, de John Kennedy Toole. Un compendio de sarcasmos, excentricidades y anécdotas que difícilmente dejan indiferente. Cuantas veces he expresado para mis adentros, mientras recorría junto a Ignatius las sucias callejas de Nueva Orleans, expresiones del tipo “¡pero vaya morro que tiene el tío” o “pero mándele a paseo, patrullero Mancuso”.

 ‘La Conjura de los Necios’ sus autores comparan la obra de Kennedy Toole con el gran antiheroe por excelencia de la Literatura universal, nuestro Quijote de la Mancha. En este sentido, sí que es cierto que ambos personajes, Alonso e Ignatius, mantienen ciertos paralelismos.
Pero, a pesar de ello, el primer título que me vino a la cabeza después de leer ‘La Conjura de los Necios’ no fue el clásico de Cervantes si no otra de las grandes obras maestras de nuestra literatura: ‘Luces de Bohemia’ de Valle-Inclán.
No sé si es por las caracterísiticas de los personajes - estrambóticos en ambos casos -, por el lenguaje de ambos libros o porque, en definitiva, las historias, los escenarios y los protagonistas de ‘La Conjura de los Necios’ responden perfectísimamente al epíteto de esperpéntico creado desde la inmortal obra del autor gallego.

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