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2 de diciembre de 2011

LAS DROGAS Y EL CINE:
El cine y las drogas tienen una relación ficticia por partida triple. El séptimo arte transforma la realidad, ilusiona, manipula y engaña en aras de unos minutos de felicidad. Cuando la pelí­cula se acaba queda la emoción. Gracias a las drogas también soñamos, nos ilusionamos, viajamos a otros mundos, vemos con otros ojos y nuestro mundo emocional se distorsiona. Su efecto también se acaba después de unos minutos de felicidad aunque el recuerdo de la quimera perdura. En segundo lugar, las drogas que los actores consumen en las pelí­culas, al igual que los cigarrillos de chocolate de los niños y el whisky de los bares de alterne, son harina, té con hielo, aspirinas y carne trémula de un doble mal pagado que se inyecta antibiótico. Los decorados y los protagonistas son tan irreales como los drogadictos y sus escenarios.
Por último, el cine no es un documental sobre “el mundo de la droga” ni un testimonio materno. El cine es una producción cultural, una expresión artí­stica del hiperrealismo, neorrealismo, surrealismo o realismo social difí­cilmente neutra. El cine no satisface las expectativas de los profesionales de las drogodependencias porque no refleja nuestra perspectiva del fenómeno.
¿Hay algo más ficticio que la droga en el cine? Las drogas son una quimera, el cine es una fantasí­a y su conjunción una ficción. En estas condiciones, Las pelí­culas comerciales son productos económicos, culturales y artí­sticos que, pese a estas premisas, siguen mereciendo nuestra atención por varios motivos.

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